¿Cristianos sin Cristo? / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

 

Cuando miramos el panorama de la vida religiosa, de la vida social de muchos cristianos, nos sorprende a todos ver que existan cristianos, pero sin Cristo. Es decir, hemos llegado a tomar el cristianismo como una etiqueta que nos da prestigio, que nos da un puesto en la opinión de los demás, que nos abre ciertas puertas. Hemos caído en las leyes del mercado religioso. Cristo se ha convertido en un «objeto de compra-venta». Cristo es un «producto de buena promoción. ¡Cómo se comercia a Cristo! Cuántos «visitadores religiosos» ofrecer «mil razones para que se acepte a Cristo, para que cambie de vida. Nosotros los cristianos católicos sufrimos, pues vemos que Cristo ha sido prácticamente comercializado, instrumentalizado, se lo ha sacado de su espacio natural que es la Iglesia y hemos terminado «viendo surgir una vida cristiana sin Cristo «.

Somos sarmientos de la vid que es Cristo

Si querernos entender la autenticidad de nuestra fe cristiana, es necesario que nos acerquemos a la verdad que Cristo quiere decirnos a través de la parábola de la vid y los sarmientos.
No se trata de tener cristianismo, sino de ser cristiano siguiendo la parábola, no es suficiente «tener las uvas, sino ser uva, ser viñedo».

La primera decisión para vivir con autenticidad nuestra pertenencia a Cristo, es saber permanecer unidos a la vid que es Él mismo. Esta unión íntima con Cristo, como el sarmiento con la vid, como la rama y el tronco, produce un cierto intercambio vital de lo que es Cristo y de lo que somos nosotros.
Cristo nos ofrece su vida, su amor, su presencia, su persona misma, su ‘buena noticia». Esta acción de Cristo es permanente, sin reserva, sin distinciones para todos.

Cristo, como una planta recibe del sol todo el poder vital para transmitirlo a las ramas; así recibe todo de su Padre, que es la gran fuente de todo lo que Cristo transmite a sus ramas, a nosotros.
Nosotros debemos compartir con el Señor, que es el tronco, toda nuestra «savia bruta», nuestros pecados y así purificarnos, así no po¬dremos detener el flujo de esa savia nueva» que Cristo nos da.
La oración, los momentos de intimidad, la lectura de la Palabra de Dios, el escuchar a su cuerpo que es la Iglesia, la participación en el culto y la práctica vivencial de los sacramentos es lo que nos mantiene y nos fortalece en nuestra unión a Cristo.

Nuestro compromiso

Para poder romper esa costumbre de hoy de «tener cristianismo» en nuestra vida sin ser cristianos, es necesario comprometemos a dar frutos. Quien está unido a Cristo debe dar fruto: no puede ser beneficiario de todos los bienes que el Señor le concede y quedarse allí, sin fructificar. Fruto de amor, de libertad, de justicia, de paz, de todos los valores de Jesús. (O)

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