CÓMO HAN CAMBIADO LAS COSAS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Recuerdo que al menos hace unos treinta años atrás, los varones que en aquellos tiempos rayábamos la mayoría de edad una vez al año solíamos, sin pretenderlo, hacer la del delincuente. La conscripción, inexcusable salvo casos excepcionales, difícilmente alcanzaba el mínimo de reclutas, por lo que en cada llamamiento los militares salían de sus cuarteles en busca de quienes en apariencia teníamos la edad requerida para atraparnos y llevarnos a la fuerza a cumplir el servicio militar obligatorio. Aquellos que por cualquier razón no querían ir no les quedaba otra alternativa que esconderse y de ser el caso correr despavoridos por parques, calles y avenidas con los milicos soplándoles la nuca; en una palabra: huir, como si el mozuelo acabara de cometer algún delito y la evidencia la llevara pintada en el rostro.

Hoy las cosas han cambiado radicalmente. En este último llamado a acuartelamiento, luego de dos años de no hacerlo por la pandemia, hubo una abrumadora sobre demanda de postulantes, la semana pasada estuvieron miles de jóvenes haciendo fila desde la madrugada para ofrecerse voluntariamente. Esto tiene que ver con tres factores: el primero, ya lo dijimos, dos años sin reclutar personal nuevo para el ejército ocasionó que la demanda represada en todo ese tiempo acuda masivamente de una sola vez, considerando además que también eran elegibles los menores de veintidós años de edad; el segundo, un exponencial crecimiento demográfico en comparación a  décadas pasadas que evidentemente provoca muchísimos más jóvenes en edad de servicio militar; y tercero, la falta de oportunidades de empleo y estudio alientan a que los muchachos decidan hacer carrera en filas castrenses.

Pero hay más. Antes, a los nuevos “coshcos” como se los llamaba, se les tenía que confirmar cuestiones básicas como la edad, la estatura, el pie con arco, entre otros para luego raparles en corte cadete y entonces formalizar su ingreso. Hoy, el pie plano o el pelo largo pueden esperar porque a todos los aspirantes antes que nada se les hace una prueba sanguínea para descartar el consumo de drogas y asegurarse que ingresen conscriptos limpios.

Cómo han cambiado las cosas. Para los de las levas de los sesentas y setentas, hasta las correrías con los milicos eran una verdadera aventura, ahora la aventura consiste en que no les descubran sustancias ilegales en la sangre. Tal como ocurre en política: antes era una aventura correrse el riesgo de ser descubierto en corrupción; hoy, una vez descubierto el ilícito, el político corre tras la excitante aventura de negarlo, victimizarse, comprar jueces y fiscales, huir e incluso alardear de su ‘proeza’. Estos de muchachos hacían de delincuentes, les gustó y ahora llevan la evidencia tatuada en el rostro.

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