Cisnes negros en el Ecuador / Mario Fernando Barona 

Columnistas, Opinión

Siempre crecimos sabiendo que los cisnes son blancos. Pensar siquiera en uno negro resulta ilógico, irreal, absurdo. Nunca nadie había visto un cisne negro, jamás; más aún, resulta difícil incluso imaginárselo. Los cisnes son blancos, punto. Pero a finales de la década de los sesenta del siglo pasado fueron encontrados unos cisnes negros en Australia, y la historia cambió por completo. Por eso ahora se utiliza esta teoría sociológica para hacer referencia a un suceso totalmente inesperado, sorprendente, capaz de causar un impacto tan profundo como sería el encuentro con un cisne negro.

El asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro que desencadenó el inicio de la Primera Guerra Mundial, es un ejemplo clásico de cisne negro. El torpe y nervioso anuncio del portavoz del gobierno de la Alemania comunista para levantar las restricciones migratorias y que dieron como resultado la caída del muro de Berlín, fue sin duda otro cisne negro. La destrucción de las torres gemelas que cerraron y abrieron a la vez una nueva era en la historia de la humanidad, es también un nuevo cisne negro.

 

La “teoría del cisne negro” se aplica entonces a un hecho súbito, no esperado ni previsto, que altera el curso de los acontecimientos, trastornando el rumbo de la historia. Ahora bien, la pregunta sería si ¿podemos tener cisnes negros en el Ecuador?

Una de las condicionantes básicas para gestar la creación de un cisne negro es que sea imprevisto, es decir que un evento determinado no esté planeado o anticipado. Por ejemplo, si el Ecuador seguía bajo la égida política de Rafael Correa era obvio que nos dirigíamos a convertirnos en otra Cuba o Venezuela, ese era su propósito, de forma que aunque el cambio histórico habría sido potente y desastroso, el hecho de que sabíamos que eso iba a ocurrir ya no lo convierte en un cisne negro.

En cambio, sí es un cisne negro en muchos sentidos la inesperada transformación (aunque no radical) del ahora presidente Lenín Moreno, quien mientras estuvo cobijado con el manto verde y con la figura de su antecesor en él, jamás habló de corrupción, ni de intolerancias en la verborrea, ni de derroches, etc. como lo hace ahora con tanta indignación y molestia. Todos esperábamos, como era obvio, un continuismo a pie juntillas en todos los ordenes. Por tanto, ese cambio que ahora vemos en él es sin duda un hecho súbito, no esperado ni previsto y que definitivamente ha alterado el curso de la historia ecuatoriana.

Como este, hay otros cisnes negros en el Ecuador, no obstante ¿seguirán apareciendo en nuestra política? En lo personal no me atrevería a anticiparme, con Lenín es bastante incierto el panorama, dice una cosa y hace otra. Sin embargo, hago votos porque crezcan en el Ecuador libres, alegres, esperanzados y robustos tantos cuantos cisnes negros sean necesarios, para bien. (O)

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