Ciencia sin consciencia / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

Con el fin de promover y defender la dignidad humana y una decente calidad de vida, hace mucho tiempo, se originó la reflexión crítica sobre los valores y principios que deben guiar las decisiones y comportamientos humanos. Sobre esa base y siendo el más importante progreso el del amor y el único cambio digno de producirse el del corazón, quiero agradecer la generosidad de un queridísimo colega que me ha hecho llegar para compartir con ustedes, queridos lectores, la disertación del Profesor Salomón Schächter por el aniversario del Hospital Eugenio Espejo. Ese gesto me ha convencido de que no todo está perdido y que hay quien comparte las convicciones y principios del arte médico con la contundencia de la verdad concreta y con la grandiosidad espiritual que pulveriza la mediocridad. 

En su parte medular el mensaje dice: “La lectura de un llamativo mensaje flotante en Internet decía, solía ser médico, ahora soy tan sólo un prestador de salud, solía practicar la medicina, ahora trabajo en un siste¬ma gerenciado de salud, solía tener pacientes, ahora tengo una lista de clientes, solía diagnosticar, ahora espero autorización para proveer servicios, solía emplear mi tiempo para escuchar a mis pacientes, ahora debo utilizarlo para justificarme ante los auditores, solía tener sentimientos, ahora solo tengo funciones, solía ser medico…ahora no sé lo que soy. Esto me produjo una profunda congoja y desazón que, sin querer pontificar, me ha movido a formular algunas reflexiones ya que la sociedad actual ha trastocado los principios nobles y virtuosos, justificando su existencia solamente a tra¬vés del tener, del poder y del placer.              En el Corpus hipocraticum se dejó plenamente establecido qué es un médico y cómo debe ser. En él no solo debe in-tervenir su intelectualidad, sino también sus actos, su humanismo, su carácter y su personalidad. Es decir un hombre bue¬no versado en el arte de curar como consta en la tradicional definición latina antes de que la filosofía, la psicología y la sociología se separaran para dar paso a una medicina alarmantemente mecanicista y mercantil. Se cree que existe una evidente crisis humana dentro de la medicina actual que, por un lado, ha llevado a formular proezas técnicas pero al mismo tiempo ha despersonalizado el trato al paciente, apartándolo de la beneficiosa y tradicionalmente cálida relación personal, instructiva, orientativa e informativa tan importante para lograr acercamiento, confianza y consecuentemente fe en la estrategia terapéutica. Ocurre que estamos “demasiado” informados, salvajemente mal informados, pero poco pensados. Redes sociales, chats, blogs, foros y más al servicio de sociópatas y personas que generan miedo y alarma en base a bulos. El tecnicismo, la proliferación de universidades de pobre preparación y la masificación de la asistencia médica son, en alguna medida, las responsables de que el papel del médico haya declinado su tradicional sabiduría, su arte y su virtud. Se dice que la ética sin ciencia es ineficiente y que la ciencia sin ética es peligrosa pero no hay nada más terrible que la ciencia sin consciencia, pues sin consciencia no hay responsabilidad y sin responsabilidad desaparece la misión, esa misión semi-divina que hace que dependa de nosotros la vida y el bienestar de otro ser humano. Sir William Osler, médico inglés, decía que es más peli¬groso un médico inconsciente que una fiera suelta. 

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