Churchill y sus cigarros / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

Winston Churchill era un amante de los placeres de la vida y, entre ellos, de los cigarros. Se sabe que los probó por primera vez cuando estuvo de joven en Cuba en doble labor como militar y periodista y que no los dejó jamás. Se especula que fumó unos 300.000 toda su vida, lo que explicaría por qué vivió tan bien hasta los 90 años con esa mezcla tan especial de licor, humo, buena comida y libros.

Según las facturas oficiales y los datos contables corroborados por el historiador David Lough en su libro “No More Champagne” (la mejor investigación hasta el momento sobre las finanzas del británico), Chuchill, como miembro del parlamento, todavía soltero y con un salario anual de 1000 libras esterlinas, suficiente en el Londres de la época para vivir muy bien, gastaba alrededor de 1400 libras en todos sus gustos.

Como su aristócrata madre, solo compraba lo mejor de lo mejor. Vestía la mejor ropa. Botas y zapatos de Palmer & Co., inventor de la bota impermeable, sombreros de Scotts Hatters, trajes del mejor sastre de Saville Row, membresías de los clubes Bicester Hunt y Ranelagh para cacería y polo en los fines de semana, caballos y cenas en hoteles. Cigarros solo de sus caseros J. Grunebaum & Sons y licores de Randolph Payne & Sons. Ya cuando se casó, consumía doce cigarros al día y gastaba 13 libras al mes solo es eso. Cada año, en vinos gastaba un promedio de 1160 libras y todo lo compraba a crédito. Mientras era ministro en 1911, vendió algunas acciones que tenía para pagar más de 3000 libras esterlinas a sus proveedores de cigarros.

En 1926 y ante la crisis recurrente de sus finanzas y sabiendo que ni su sueldo ni sus ingresos por escritura iban a bastar, en el receso legislativo de 1926 hizo un recorte en los gastos de su propiedad en Chartwell donde decidió vender todas las vacas, los pollos, cerdos y ponnies, pasaría la navidad en Londres y rentaría Chartwell, ahorrandose los 480 libras al mes que costaba mantener la propiedad. De ahí que, mediante carta, le propuso a su esposa Clementine que: “No se comprará más champagña. Salvo orden contraria, solo se ofrecerá vino blanco o rojo y whisky con soda en el almuerzo y la cena. El Libro de Vinos se me enseñará cada semana. No más oporto se abrirá salvo instrucciones especiales. Los cigarros se reducirán a 4 por día. Ninguno se pondrá sobre la mesa.” Al final si evitó las vacaciones en Francia pero no arrendó Chartwell.

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