Bipolares educativos / Washington Montaño Correa

Columnistas, Opinión


Mucho se habla del “trastorno bipolar” como la afección mental de las personas que incide en cambios violentos en su estado de ánimo. Estas personas, suelen experimentar episodios de tristeza profunda, alternados con períodos de sentirse de intensa felicidad; pasar de feliz y activo a un trance de malhumorado e irritable.

Anteriormente a esta enfermedad del “siglo veintiuno”, se la conocía como “depresión maníaca” caracterizada por los altos emocionales, de muy alegre, eufórico; a los bajos emocionales como el sentirse deprimido, aislado, triste.   

“Cuando te deprimes, puedes sentirte triste o desesperanzado y perder el interés o el placer en la mayoría de las actividades. Cuando tu estado de ánimo cambia a manía o hipomanía (menos extrema que la manía), es posible que te sientas eufórico, lleno de energía o inusualmente irritable. Estos cambios en el estado de ánimo pueden afectar el sueño, la energía, el nivel de actividad, el juicio, el comportamiento y la capacidad de pensar con claridad” (Clínica Mayo – 2020).

Resulta por demás curioso que, en el sistema educativo, asome con inusitada frecuencia casos de bipolaridad en estudiantes y se lo esté catalogando que son “hiperactivos” sin mayor estudio profesional psicológico para justificar una mala educación familiar que desencadena en episodios nefastos para la vida social intraúlica.

El deficiente rendimiento escolar, las malas relaciones sociales, los problemas que ocasionan a diario, la desobediencia a la norma social y la regla educativa, la displicencia en el trato a las personas que irrespeta la edad, sexo o condición social; el total irrespeto al bien común, a la propiedad ajena, a la vida de sus semejantes y a la búsqueda continua de jugar con el peligro se suman las bajas notas se lo ha englobado como que son estudiantes hiperactivos, alegres sociales y de por sí molestosos, puesto que si el docente no encuentra “la didáctica para tratarlos” es porque está antiguo, quedado, ruco.

El otro lado del polo se evidencia en los estudiantes que no quiebran un huevo, que son números y no nombres en la clase, que están a expensas de los hiper y que no les queda más que desarrollar un sistema de defensa similar y ser aceptados; o se comen masa y les aguantan todo y al siguiente año buscan la manera de cambiarle de paralelo, como que así el problema se elimina <qué falta de medios de la escuela para enfrentar tremendo lío>, amparado por una pendeja LOEI y un mamotreto de Reglamento que descubren que un derecho es superior a la experiencia de vivir, de conocer, de experimentar, de saber, de equivocarse, de llorar y lamentar el error cometido con el aprendizaje para no volverlo a hacer.

Y en los docentes existen bipolares también, a diferencia de otros tiempos en que enseñar era alegría, hoy los maestros pasan malhumorados ante tanta ignominia a su profesión, por la avalancha de obligaciones tontas; qué felicidad puede existir cuando un aumento salarial no se cumple ni con la cacareada recategorización con pruebas y documentos que han quedado olvidados en el escritorio de un bipolar administrativo.      (O)  

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