Batalla de Miñarica. 1835 / Pedro Reino Garcés

Columnistas, Opinión

El 18 de enero de 1835 se ha fijado como fecha de la batalla o masacre a los patriotas ecuatorianos en algunos puntos de los entornos de Ambato hasta culminar en Miñarica, ubicado en las proximidades de Santa Rosa “casi al centro de los caminos que salen de Santa Rosa para Pilahuín y Tisaleo” (Pedro F. Cevallos). Por un lado está el ejército de Flores y sus militares extranjeros, y por otro los patriotas de Rocafuerte y los del “Quiteño Libre”.

“Miñarica fue un crimen, crimen no contra el Ecuador solamente, sino antes contra el linaje humano en general. En Miñarica fueron degollados obra de mil y más ecuatorianos; mil y tantos labriegos y artesanos de una nación que salía de la pila bautismal y todavía no cambiaba su vestidura de pañales” (Roberto Andrade, 1925)

“… hoy a las 4 de la tarde (del domingo 18 de enero) han reportado nuestras armas una victoria espléndida en los campos de Miñarica. En pocos minutos de una carga victoriosa fuimos dueños del campo de batalla, del parque y artillería del enemigo, de 800 fusiles, de sus cajas de guerra etc, Las pérdidas del enemigo montaban 600 muertos, 300 prisioneros y unos 20 jefes y 66 oficiales muertos” (Informe del general Flores a Rocafuerte, 1835).

“el 18 de enero de 1835 será para el Ecuador un día de luto y amargura, porque en esta horrorosa batalla quedaron tendidos y confundidos en el campo los cadáveres de los valientes soldados que habían acudido de todos los puntos de la República a defender la independencia y nacionalidad hollada y pisoteada por el extranjero audaz que se había apoderado del poder político” (Pedro Moncayo, 1979)

“La mortandad es inmensa y quizá innecesaria, pero las órdenes de Flores fueron terminantes y fielmente cumplidas, por eso al decir: “No hay perdón, para los demagogos, no hay perdón para los rebeldes empecinados”, sentenció a muerte a muchos inocentes. Mil y tantos cadáveres quedaron en el campo de batalla. Al terminar la acción, 17 prisioneros son asesinados vilmente por Otamendi… ” (Pedro Moncayo, 1979). 

¿Qué más testimonios necesita un ecuatoriano que se sienta patriota frente a la infamia del militarismo extranjero que inventó un república para ejercer su mando, sacándola la Colombia, asesinando a Sucre y a la intelectualidad quiteña que había formado su barricada intelectual en el “Quiteño Libre” de las ambiciones armadas? 

¡Ah! Pero me falta hablar de sus acólitos, o mejor dicho de ese poeta terrorífico cantando a la muerte y lamiendo las botas con sus versos, de ese poeta acomodaticio  que hizo la “Oda a Miñarica” a favor de quien simpatizaba los negocios del poder.

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