Arengas Napoleónicas / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

¿Fue Napoleón envenenado? Hay autores que aseguran que el arsénico, no el cáncer, mató al temible corso, aunque no con la urgencia necesaria. Por ese tiempo Napoleón estaba exiliado, obeso, realizando una carrera larga alrededor de Europa; haciendo historia y huérfanos. Sin embargo, hoy es saludable, instructivo, recordar a este ser vulgar como la prefigura de lo no recomendable de la política actual.

Fue el primer tirano moderno, un absolutista sin pretensiones hereditarias. Advenedizo que compensaba con brutalidad sub falta de legitimidad, afincando su poder en la manipulación de las masas. Hombre hecho a sí mismo, adoraba a su creador Luis XVI, a quien llamaba “mi tío”.

Igual que Hitler que no fue alemán, Stalin que no fue ruso, Napoleón no fue Francés sino un afuereño completo, libre de todas las restricciones fundamentadas en principios y efectos. Tenía una sola estimación, la de la importancia; la de un megalomaniático en todo lo que hacía. “Ocho horas de clima favorable decidirá el destino del universo” afirmó cuando planifico invadir Inglaterra.

Poseía lo que ahora se reconoce como sed totalitaria, tanto en revisar la historia, como en hacer. Las más famosa melodramática orden del día (“Soldados, ustedes están desnudos, mal alimentados…”) fue escrita veinte años más tarde, en Saint Elena. Combinó el sentido de cultura filistea y la reverente obediencia por el Estado: “El pueblo se queja de que en estos días no tenemos literatura. Eso es falla del ministro de Asuntos Internos.”

¿Creyente? “El pueblo debe tener una religión y esa religión debe estar en manos del gobierno.” Inició una especie de industria moderna: la manufactura de religiones artificiales con propósitos políticos. Su cumpleaños se convirtió en la Fiesta de San Napoleón. Al mismo tiempo lamentaba el haber nacido demasiado tarde, ya que Alejandro el Grande lo había disfrutado mucho más.

Termino con algo de mi gasto. Napoleón fue quizás el ejemplo más tempranero del fenómeno de la emergencia de sociedad de masas, la superestrella. Su carrera agravó la tendencia del romanticismo del siglo XIX de festejar a “los grandes hombres”, “los genios” que son los artistas hacedores de la historia. Pintores románticos que amaban los paisajes montañosos, desperdiciaron muchos por pintar a Napoleón trepando los Alpes con Aníbal.

¿Cuánto ha cambiado la concupiscencia de los políticos y la ingenuidad de los pueblos del mundo de hoy, comparados con sus pares del mundo de Napoleón?

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