Aldeas de Potemkim / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Se cuenta que en 1787 el general ruso Grigori Potemkin, gobernador de Crimea en la Gran Rusia, con motivo de la visita de la zarina Catalina II, mandó remozar urgentemente todas las calles y los parajes que iba a recorrer la comitiva real. Para ello dispuso no solo el adecentamiento de frontis y caminos, sino incluso la construcción de una serie de aldeas fantasmas que debían mostrar el más próspero aspecto que pudieran improvisar, en cuyas calles obligó a que se agolpara el pueblo vestido con sus mejores galas y que, a golpes de ordenes militares, vitorease a la soberana a su paso con el mayor fervor. Estas poblaciones, compuestas únicamente por fachadas falsas (sin casas detrás), cumplieron su cometido, y la zarina comprobó con su mayor agrado la prosperidad económica y el altísimo grado de adhesión con la Corona de la gente de esa región recién incorporada a su imperio.

Así se acuñó la expresión «Aldeas de Potemkin», para designar cualquier maniobra política que trate de ocultar o disfrazar una realidad social. Desde entonces, han transcurrido más de dos siglos y lejos de esfumarse en la oquedad del olvido, este peculiar pasaje histórico no solo que sigue vigente sino que lo está con más fuerza y vivacidad que nunca en las doctrinas del tristemente famoso Socialismo del siglo XXI (SSXXI), ideología política que es en sí misma la más grande aldea de Potemkin jamás fundada, donde todo es apariencia, fraude y deshonestidad.

Basados en esa doctrina, Maduro en Venezuela edifica aldeas de Potemkin en cada esquina, intentando demostrar con palabras que allí todo es un paraíso, cuando detrás de esa demagogia la gente literalmente se muere de hambre y el país se cae a pedazos. En Nicaragua, el Régimen apresa a todos los candidatos opositores y el dictador Daniel Ortega aprovecha para erigir su propia aldea Potemkin simulando “elecciones democráticas”. Los Castro en Cuba levantaron hace más de seis décadas sus aldeas de Potemkin comprándoselas al capitalismo, en apenas pocos meses no quedó ni una en pie y la isla pasó a mostrar sus verdaderas miserias. Correa en Ecuador tuvo dinero a raudales (propio y prestado) para construir las más fastuosas e impresionantes aldeas de Potemkin, y claro, muchos cayeron rendidos ante semejante maravilla fantasiosa, y aún hoy, sus discursos populistas de fachada sigue velando el entendimiento de unos cuantos.

Todos los días hay personas que ven detrás de la fachada socialista y quedan absortos por la amarga realidad que encuentran, pero hay muchas otras que aún no lo hacen porque no quieren, porque simplemente tienen miedo a descubrir la verdad, en resumidas, porque prefieren vivir embobadas en un mundo de mentira e ilusión antes que aceptar que el SSXXI les volvió a engañar descaradamente. (O)

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