Administración de justicia /Mirian Delgado Palma

Columnistas, Opinión

 

La delincuencia expresada en diversas formas, (robos, secuestros, atracos al erario nacional, crímenes, desfalcos, prófugos, tráfico de menores, etc.) en nuestro país experimenta un crecimiento exponencial, cuya lectura se presta a formular diversas hipótesis en torno a la aplicación de la justicia, dejando en mal predicamento la “administración de justicia” por quienes tienen en sus manos la delicada responsabilidad de dotar a la sociedad de un ambiente saludable y de paz.

El desengaño de los ecuatorianos ha llegado a tal punto que vamos perdiendo la fe y la esperanza en la forma de “administrar la justicia”, como así corroboran los últimos hechos producidos en Posorja, que cansados de tanta inequidad y sintiéndose huérfanos de la justicia, el pueblo puso en vigencia las leyes primitivas, haciendo justicia “’con sus propias manos”. Estos hechos se irán replicando, sino se evidencia una auténtica justicia.

Metafóricamente se dice que la justicia está pensada para una sociedad democrática, ya que la sociedad democrática requiere ser concebida como un sistema de cooperación social constituidos por ciudadanos que se conciben como libres e iguales. Sin embargo,

 

¿Quién está a cargo de la Administración de Justicia? Allí están “los jueces, que se supone íntegros e idóneos con título de Abogado. Es un profesional que administra las leyes opinando acerca del derecho, estudiando la naturaleza humana y sus diferentes problemas, para cumplir “con elevado ideal de justicia’’, sus grandes postulados; pensando en la dignidad profesional, rectitud y honestidad. Su importancia radica cuando el abogado participa en el desarrollo del país.

El jurista, debe ser el fiscal incorruptible y severo del desequilibrio moral que amenaza a derecho, el abogado valiente y tenaz de la causa del hombre y de la sociedad. El que subordine todo su trabajo a la realización del ideal de justicia.

La ética profesional impone la verticalidad en el ejercicio de sus funciones, es un deber moral y digno dar a cada uno lo que realmente le corresponde, administrando justicia sin presiones, coimas, imposiciones, intereses personales y grupales o doctrinarias.

 

Un ejemplo evidente de la pésima administración de justicia refleja la fuga de Fernando Alvarado y demás colegas. ¿Quién falló, para que se produzca tan infantil huida? ¿Quiénes tenían la potestad de velar por los sagrados interés de la Patria? La solución a este penoso y grave acontecimiento no es colocarse una presea en el pecho, anunciando la separación de funcionarios de las instancias judiciales, y que quizá cayeron los menos indicados. ¡Qué equivocados estamos del concepto real de justicia!

Hemos perdido la fe en el derecho como el mejor instrumento para la convivencia humana; en la justicia como el destino normal del Derecho; en la paz como sustituto bondadoso de la justicia, y sobre todo tener fe en la libertad sin la cual no hay Derecho, ni justicia, ni paz. Tiene mucha razón aquella máxima de Rafa Dedi: “La justicia, o va desnuda y es prostituta gratis para todos, o va vestida y solo es la furcia de los que lo regalen la ropa’’. (O)

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