ACADEMIA, CULTURA Y MORAL / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Es una perogrullada afirmar que la preparación académica no garantiza probidad profesional ni mucho menos honestidad, como también que una persona con bajos niveles de cultura esté vetado de obtenerlos. Esto es tan cierto, que en resumidas bien podríamos concluir que hay buenas y malas personas con títulos universitarios y buenas y malas personas sin títulos universitarios, considerando a buenas y malas como un referente social de moral pública.

En la vida privada cada quien hace con sus títulos académicos y su bagaje de cultura general lo que mejor convenga a sus intereses; en la pública es otro cantar, allí academia, cultura y moral son permanentemente escrutadas con lupa en todos y cada uno de los casos, de manera que son merecedores del honor de un cargo público solo aquellas personas que verdaderamente valen la pena: las preparadas, eruditas y sin tacha moral.

Sí, cómo no. Ya quisiéramos un cuento de hadas como este donde radiografiar el alma de las personas nos permita clasificar instantáneamente en buenos y malos a los postulantes a ejercer una dignidad popular, descartando de un plumazo, claro está, a los segundos. No. La realidad es otra, muy distinta. La realidad todo el tiempo nos abofetea con sorpresas de lo más contradictorias, como las de asambleístas bastante ignorantones que muy a duras penas alcanzan a leer un discurso redactado torpemente por terceros; conserjes, en cambio, muy responsables y guardias absolutamente honorables; políticos universitarios que no están en capacidad de defender y contrastar un argumento; presidente bachiller que ha llegado a serlo demostrando honradez; otro, con decenas de honoris causa sentenciado por liderar una banda criminal; juez que otorga libertad ilegal a delincuente aún con penas pendientes; y, funcionarios doctos y amables que además son altamente eficientes; sí, un sinfín de personajes honorables y no tanto, cultos e iletrados que matizan de mil colores el lienzo del ejercicio público ya sea para mejorarlo o empeorarlo.

Ciertamente no está en nuestras manos evitar que esos turbios personajes ejerzan la vida pública con la misma liviandad que su privada, no obstante, sí podemos evitar que lleguen a ejercerla. Y he aquí el dilema, porque sería lógico y comprensible que gente de dudosa moral, inculta o sin estudios vote por sus pares con quienes de alguna manera se sentirán identificados, pero como la vida nos sacude con sorpresas, muchos ciudadanos moralmente buenos, instruidos y estudiados votan por los malos, y lo hacen convencidos.

Este es el tipo de sorpresas más difíciles de asimilar porque es un puñetazo certero en pleno rostro que bien lo podríamos esquivar, sin embargo, dejamos que nos llegue de frente y con la guardia abajo.

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