ABSURDOS / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

Zena es una mujer de 25 años hija de inmigrantes paquistaníes, nacida y criada en Inglaterra. Durante los últimos cinco años ha tenido que mudarse diecinueve veces. Solo sale de su casa ubicada en los suburbios tras comprobar que en la calle no haya vehículos extraños parqueados y ensayar las vías de escape a pie más inmediatas. Ya en casa, puede “descansar” solo después de empujar un mueble pesado hasta ponerlo debajo de la manija de la puerta y tener un cuchillo a mano. Está amenazada de muerte por su propio padre y hermano quienes han jurado encontrarla y matarla porque abandonó su casa para no dejar sus estudios a los 16 años y aceptar un matrimonio convenido con un hombre que ellos habían elegido de un pueblo de Pakistán. Zena, luego de huir, se graduó y casó con un hombre inglés y juntos han vivido esta absurda pesadilla que los mantiene en permanente zozobra.

Y el de Zena no es un hecho aislado, en Inglaterra existen “cazadores de recompensas” que actúan como sicarios contratados por los mismos familiares de las víctimas quienes ya tienen a su haber una buena cantidad de mujeres a las que en el mejor de los casos les han cercenado o lanzado ácido en la cara y en el peor las han asesinado rociándoles gasolina y prendiéndoles fuego.

¿Absurdo, verdad? ¿Cómo puede concebirse que el mismo padre y su propio hermano busquen con desesperación la muerte más horripilante para su hija y hermana? La supuesta deshonra a la familia, caduco justificativo de estos fanáticos intolerantes, es por demás repulsivo y condenable.

Con esto, solo intento demostrar que frente a hechos tan absurdos como el mencionado que carecen de toda lógica racional y hasta de un mínimo de humanidad, nosotros -tal vez usted mismo- no nos quedamos muy atrás que digamos, y es que no hace falta mandar a matar a un hijo o profesar el islamismo para provocar absurdas atrocidades, también nuestra sociedad occidental comete cada estupidez… y sí, con menos crueldad, posiblemente, pero definitivamente con los mismos niveles de delirante insensatez y falta de juicio; como cuando aquí en el Ecuador apoyan electoralmente -con placer y convencimiento- a grupos de delincuentes, narcotraficantes y asesinos vestidos de políticos, plenamente identificados y en algunos casos incluso sentenciados y/o prófugos. En Chile y en Colombia, a pesar del enorme e innegable espejo de fracaso rotundo del socialismo en Venezuela que ha dejado corrupción, hambre, dolor, diáspora y falta de libertades, acaban de votar por esa misma banda delictiva.

¿Puede algo ser más absurdo que premiar el delito y con él intentar a toda costa la debacle social y económica de todo un pueblo?

Por eso, antes de juzgar las aberrantes actuaciones de terceros, miremos la vara clavada en nuestro propio ojo.

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