A encaminar el sendero / Guillermo Tapia N.

Columnistas, Opinión

A despecho de quien prefiere estar tras bastidores, agitando pancartas, incendiando espíritus  y enumerando soluciones -sin que en la práctica- haya tenido ninguna cercanía con el territorio y menos, con su gente; ahora quisiera invitar a reflexionar en un tema que, desde la simplicidad de su advertencia, puede derivar en una gran complejidad a solventar. 

Se trata de advertir un mecanismo, una estrategia, un compromiso, para evitar que la “crisis en la ciudad” desencadene en “crisis de la ciudad”. 

La pandemia llegó y no pasó desapercibida. Se instaló en las urbes, se metió en sus entrañas y descubrió sus debilidades, sus imperfecciones, sus desavenencias y se hizo fuerte; tanto que llevó a decisiones estatales y locales para combatirla o por lo menos atenuarla. Su impacto ha sido evidente en lo social, en lo humano, en lo importante -vale decir- en la vida misma.

Pero en primera linea tuvo una respuesta obvia, desde las ciudades, desde los municipios, desde la institucionalidad, desde la vecindad, desde la cercanía. 

Y se activaron los bomberos y las policías, los prestadores de servicio de aseo y limpieza, los de la dotación de agua y alcantarillado, los de la energía, los de la conectividad, los de la producción y comercialización de alimentos, suministros, medicinas y suplementos. Toda una cadena dispuesta, eslabón tras eslabón, a mantener incólume la democracia, la institucionalidad y la solidaridad.

Y a regañadientes, la gente se auto aisló. Superando su incredulidad e inicial desconfianza, con cada contagiado y cada muerto aprendió la necesidad de protegerse. (Aunque no toda). Y literalmente ha cumplido una «cuarentena» de enclaustramiento familiar que, gubernamentalmente no ha sido bien entendido.

Se habla de ingresar en una «nueva normalidad» como si lo anormal estuviera superado y, no es así. Es como si en este momento, sin una reflexión -que habrá de ser de largo aliento- respirando a profundidad, adoptemos desde los escritorios una nueva estrategia urbana y territorial.

Si como nación no hacemos un espacio para entender que tendremos que replantearnos prioridades, si no queremos reproducir las disfunciones que esta pandemia ha puesto de manifiesto en el sistema, lo más seguro es que sigamos inmersos en la misma «normalidad anterior» o en la «nueva normalidad» del estancamiento y la quietud indiferenciada de un semáforo que -comunitariamente- prende en todos los colores. 

Tendremos que revisar los usos sociales, sin que ello signifique renunciar a nosotros mismos, a lo que somos, a lo que siempre fuimos, pero habremos de coincidir en que ya nada será igual, de todos modos. Deberemos repensar la forma de construir el espacio público, las prioridades sociales y las disponibilidades urbanas, el espacio rural, sus usos y costumbres, la conurbación de producción y la nueva dinámica urbano-rural. (O)

Deja una respuesta