¿Otro referéndum? ¿Para qué?

Desde que Ecuador restauró su democracia en 1978, ha asistido a al menos 14 referéndums o consultas populares. En todos los casos, sus impulsores han afirmado que el voto popular marcaría el inicio de un país más floreciente o el estancamiento nacional. Después de décadas de promesas y papeletas, las transformaciones anheladas no han ocurrido o son escasas.
Hoy, el primer mandatario, Daniel Noboa, anuncia una nueva consulta. En esta ocasión, busca modificar el artículo de la Constitución, que en la actualidad impide la presencia de bases militares extranjeras en territorio ecuatoriano. A pesar de que el texto modificado —ratificado por la Asamblea Nacional el 3 de junio pasado— mantendría al Ecuador como territorio de paz, eliminaría esa restricción. Se incluirán otras preguntas. La decisión final quedará en manos del pueblo.
Esta estrategia política no es novedosa. Casi todos los gobiernos, desde el regreso a la democracia, han empleado la consulta para validar reformas controvertidas. En algunos casos ha resultado efectiva. También existen precedentes que invitan a la cautela: Sixto Durán-Ballén sufrió una derrota dura en el referéndum de 1995, Guillermo Lasso fue derrotado en 2023 y el propio Noboa no consiguió un triunfo total en 2024, cuando propuso 11 preguntas para reformar el sistema judicial, laboral y de seguridad. Aunque ganó en 9, perdió en dos fundamentales: la aprobación del trabajo por horas y el arbitraje internacional para empresas que inviertan en el país.
El problema no está en la consulta propiamente, sino en la manera en que se utiliza. Nunca está de más preguntar al pueblo directamente. La consulta es un acto profundamente democrático, aunque puede convertirse en una herramienta política de alto riesgo si no se fundamenta en el diálogo y la transparencia o si no existe un ambiente político favorable.
¿Qué ha cambiado en el Ecuador con los referéndums o consultas anteriores? Poco. Continuamos con instituciones debilitadas, dificultades estructurales sin resolver y una población agobiada de votar por promesas incumplidas.
Sí, es evidente que el país requiere reformas profundas y urgentes. Pero, también requiere una verdadera voluntad política de transformación con resultados visibles. Votar por cambios que no llegan, hace que se pierda algo más importante que una consulta: la confianza en la democracia. Ojalá, esta vez, valga la pena. (O)