México / Hernán Castillo C.

Columnistas, Opinión

La incertidumbre sembrada en México luego de las elecciones presidenciales, sólo es capaz de dilucidarla el propio Manuel López Obrador.
El temor de que vaya a inclinarse a esa tendencia del siglo veintiuno y convertir a México en otra Venezuela, aún mayor, se va desdibujando de a poco a medida que el presidente electo va demostrando madurez política suficiente como para desvanecer en cierta medida en encausar a su gran país en una aventura revolucionaria como las que, sucesivamente, han venido fracasando en el continente al calor de la algarabía barata de ideologías fantasmagóricas cuyo camino solo ha sido el del desplome social y económico; para qué abundar en ejemplos, pues su historia es contemporánea y palpable.

Atrás quedaron las experiencias mexicanas del PRI y el PAN que usaron a su país de banco de prueba para desarrollar sus políticas administrativas de escaso resultado. Inclusive el PRI, que gobernó por setenta años, deshizo cualquier vestigio de democracia y manejó las elecciones a su antojo, en las que siempre “ganó” su candidato partidista. El PAN rompió con esa hegemonía dolosa, pero en el poder tampoco aportó soluciones.
Hoy López Obrador, venido de otra vertiente política, se apresta a gobernar bajo otros esquemas de cambio, los mismos que 120 millones de mexicanos aguardan que sean viables para enrumbar a su país fuera del ámbito de las drogas –producción y narcotráfico- que ha devenido en violencia cotidiana.

López Obrador llega al poder al tercer intento electoral, mostrando persistencia como las de Salvador Allende en Chile, Rodrigo Borja en Ecuador y José Mujica en Uruguay.
Su gobierno, si no es el de los paradigmas y abusos de poder, podría representar para los mexicanos el enrumbamiento transformador sí, pero verosímil en su búsqueda de vías reales de desarrollo; más aún si su vecino del norte –la primera economía mundial- tiene un presidente intransigente e intratable; López Obrador deberá redoblar su prudencia. (O)

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