28 DE ENERO DE 1912

Editoriales, Opinión

Por: Lic. Mario Mora Nieto

 

El último viaje de Alfaro en el ferrocarril que él mismo había construido, fue dramático y penoso. En lugar de las ovaciones de otros días, muchos pueblos en el trayecto de Guayaquil a Quito, le recibieron con muestras de profunda hostilidad, en algunos lugares, los vagones que conducían a los prisioneros apedreados. El tren llegó a las once de la mañana del 28 de enero de 1912. Los prisioneros fueron conducidos al Panóptico. Grupos de pobladores exaltados, soldados resentidos, fanáticos y mujeres penetraron violentamente a las celdas masacraron a los caudillos liberales, arrastraron sus cadáveres y los incineraron en lo que hoy es el parque de El Ejido, al norte de la ciudad. (1)

 

Las piras ardían sobre los cadáveres despedazados: Eloy Alfaro, Medardo Alfaro, Flavio Alfaro, Ulpiano Páez, el general Serrano y el periodista riobambeño Luciano Coral.

 

La tarde iba cayendo y ninguna mano piadosa se atrevió a rescatar, por humanidad, los despojos y, por el contrario, se produjo una orgía macabra, una pierna envuelta en llamas volaba por los aires; testículos arrancados pasaban por sobre las cabezas. Un bárbaro de ojos desorbitados pidió que mirasen su prueba: levantó con sus manos un cráneo hueco, colmado de chicha y se puso a brindar y a beber. Bebieron como locos y danzaron regando combustible sobre los miembros despedazados. El olor a carne quemada inundaba el ambiente, mientras todos los balcones vecinos se llenaron de caras de espanto.

 

-¡Mueran los masones!

-¡Mueran los herejes!

-¡Viva la religión!

-¡Viva Dios!

 

Y en nombre de Dios y la religión cometieron semejante masacre hombres y mujeres de mala reputación: el cochero Cevallos, el carnicero José Chulco; Rosa, alias la hermosa, la pacache, el clérigo Serrano, el Fraile Bravo, las potrancas, Adelaida Almeida, alias piedras negras, la pájara. (2)

 

En los parques de Quito, como de costumbre, ese domingo de caníbales, se escuchó las alegres retretas de las bandas militares de la guarnición de Quito.

 

Desde Guayaquil, doña Teresa de montero telegrafió al encargado del poder, Freile Zaldumbide: “Deber sagrado de esposa me obliga a dirigirme a usted para solicitar la entrega de la cabeza y corazón de mi esposo, señor general Pedro J. Montero que existen como trofeos en poder del ejército del general Leonidas Plaza Gutiérrez, pues fue cobarde y alevosamente asesinado anoche”.

No hubo respuesta. (3)

 

El diario “El Comercio”, en su editorial del miércoles 31 de enero de 1912, entre otras cosas llama a la reflexión serena; bajo el título de “reaccionemos”, recalca que “es preciso que busquemos medidas eficaces para prevenir en cuanto sea posible su pavorosa repetición”.

 

(1)- Diario El Comercio

(2)- Alfredo Pareja Diezcanseco

(3)- José Peralta (O)

 

 

 

 

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