Un defecto llamado hombre / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


Una de las más grandes diferencias con los orientales y su cultura, es el significado del respeto mutuo, el respeto a todos sus semejantes y el sentido de comunidad. Y es que ellos parten de los más arraigados principios filosóficos del amor; todo lo contrario, vemos a diario en los colegios y escuelas de nuestro país, al punto que justificamos y minimizamos la casi total falta de respeto entre compañeros. ¿Es que ya nos damos por vencidos por el hecho de que la juventud “se nos ha ido de nuestras manos” y no hacemos nada por erradicar este problema porque es general de todos los colegios?

¿Quién es para nosotros una persona educada? La absurdidad del mundo es “gracias” a la absurdidad de las acciones humanas. ¿Será que en este actual “maremágnum” que es la vida humana ya no creemos en los valores, y nos damos por vencidos? ¿Será que las instituciones educativas ya sólo apenas instruyen sin educar ni enseñar? Si sólo aprendemos a leer nunca aprenderemos a sentir y si no sabemos sentir, tampoco sabremos pensar en los demás, en el respeto y consideración que merece cada persona…Al contrario de las modernidades y las modas lo único inalterable son los valores, pero no enseñados como una materia aburrida y de relleno, sino como un verdadero estandarte de defensa hacia todas las personas para saber lo que es la dignidad y diferenciar lo que es una broma de una ofensa dañina.

El problema de base radica en que nuestro sistema de valores pone a lo material por encima de espiritual, los “dueños del planeta” que nos manejan como marionetas de consumo nos van alejando del amor y esta ausencia de amor al prójimo sólo trae indiferencia y odio. Sin amor al prójimo, cualquier relación entre los seres humanos queda vacía de contenido, resulta inútil y engañosa. Todo lo contrario, esta frenética vida nos ha traído consigo miedo, desconfianza y un incremento significativo de la violencia y los índices de maldad.  Este fenómeno hace que mucha gente coloque las cosas por encima del amor, son prisioneros de la ilusión porque ninguna posesión o posición merece la pena perder el amor, que perdura cuando las muchas cosas que hemos obtenido se deterioran o van a otras personas.

El amor tiende un puente en el abismo que existe entre lo que somos y lo que queremos ser; nos da todo lo que tenemos y somos, y sin él estamos vacíos, atrapados en una prisión de negatividad y desesperación. Fruto de todo esto venimos “dando a luz” generaciones con vacío existencial, con acentuada pérdida del sentido de la vida, inseguros, nerviosos, miedosos, seres sin principios y cargados de vanidades mezquinas, atrapados en la desilusión buscan escapar de la realidad a través de cualquier “levantamuertos” como el alcohol, las drogas, el sexo libertino y el ocio que predispone a los actos delincuenciales. Con un evidente miedo a crecer e inutilizados por sus padres sobreprotectores, heredan las frustraciones de éstos transmitidas por el ansia de lo material. Sin tranquilidad de conciencia, no hay respeto hacia sí mismo y si no hay respeto hacia sí mismo ¿Cómo puede haber respeto a los demás y peor aún ponerse en el lugar de ellos? Si permitimos que este problema siga, estaríamos dándonos por vencidos ante esta desenfrenada degradación social generalizada y quizás dándole la razón a Friedrich Nietzsche cuando dice: “El mundo es bello, pero tiene un defecto llamado hombre”. (O)

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