Soledad de una compañía que hubo / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión


¿Cuántas personas mueren todos los días? Curiosa, pero importante pregunta. Las estadísticas dicen que más de 100 mil a diario. Un informe de la CIA, señaló que más de 155.520 personas murieron diariamente el 2017; mientras que la BBC, cadena informativa londinense, el 6 de marzo de este año, informó que alrededor de 56 millones fallecieron, también el 2017, es decir, 10 millones más que en 1990, considerando que la población mundial y el promedio de vida va en aumento. 

Esta hecatombe escasamente nos conmueve: que las personas agonicen es algo razonable como la caída de las hojas secas de los árboles. Las estadísticas son números hasta que tocan a las puertas de familiares y amigos próximos. La trivialidad desaparece el mimo momento que la ausencia nos priva del trato con el prójimo, puesto que disminuye nuestro entorno existencial y origina un indescriptible sentimiento de soledad. Ortega y Gasset, posiblemente es el que mejor representa a los autores describen el hecho y su repercusión: “La muerte es, por lo pronto, la soledad que queda de una compañía que hubo; como si dijéramos: de un fuego sólo queda la ceniza”.

El final de la vida llegará, pero ¿qué es lo que vendrá con él? ¿Es la respuesta final? ¿Habrá un después? Para quien ignora la razón de su espera, resulta difícil esperar. No hay ciencia que nos revele el misterio. Al contrario, desde la mirada científica comprobable, nada parece demostrar que la vida tenga un objetivo fuera de sí misma o que nos haga suponer que el fin de la historia personal no sea otro que su propio acabamiento. 

La vida, contemplada de esta forma, como dice Shakespeare es una “historia contada por un idiota”. El hombre siempre está pensando en los desenlaces: si las montañas, los árboles, la estrellas,… están ahí, hay una razón. ¿Cómo aceptar que la propia existencia sea el producto de la nada y se dirija hacia ella?  No todos se resignan a la finitud absoluta. En el fondo, hay en el hombre, aún en los más escépticos, una fuerza misteriosa que les hace esperar algo nuevo y tal vez, la negación de toda supervivencia, no sea otra cosa que el efecto del temor a morir. (O)

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