Aprender a decir “no” / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


Con esta frenética vida citadina, se estima actualmente que siete de cada diez personas sienten que el día no le alcanza. Vivimos contra el reloj y terminamos intimidados, incomodados, abrumados y es que el problema de vivir a “mil por hora” deriva en angustia por hacer demasiadas cosas y a veces se termina haciendo mal. En esta alocada y hasta a veces extraviada modernidad, el desafío de organizarse de manera realista es crucial y no sólo por nuestros deberes y obligaciones sino también por nuestra salud. Nuestro esclavismo laboral voluntario, las presiones por cumplir metas de las instituciones, de nuestros jefes, que todo sea “para ayer” hace que a mucha gente le pareciese normal tener perturbación del sueño, inquietud, dolores inespecíficos, nerviosismo, hormigueos, amortiguamientos, disfunción eréctil, cientos de síntomas que los tratamos, lamentablemente, solo síntoma por síntoma con antídotos pero que en el fondo no son otra cosa que parte de los trastornos de ansiedad.

Observamos en los gimnasios gente que ve más el celular de lo que entrena o que en vez de concentrarnos en la sagrada alimentación, “cuchareamos” la comida revisando los correos, chateando o actualizando “chismes” en las redes sociales.

Este actual correr contra el tiempo está comprobado hasta la saciedad que genera disturbios en la esfera emocional tanto del estado de ánimo como de la conducta, pues, con un poco de acuciosidad, cualquiera puede darse cuenta que hace apenas unos 30 años prácticamente no existían los trastornos de ansiedad, los ataques de pánico.

Estas son las enfermedades de lo que vivimos en este siglo, de la rapidez, del estrés, de la ansiedad y todo esto tiene mucho que ver con el mal manejo del tiempo. Sumemos a todo este cuadro emocionalmente alarmante algo que no está escrito en ningún libro de medicina y que se llama el sentimiento de infelicidad y de insatisfacción. Nos pasamos el día esperando la noche, la semana esperando el viernes, todo el año esperando las vacaciones y la vida esperando para ser felices.  

Las generaciones han ido apareciendo desde la Interbellum (1900–1914), la Grandiosa (1915–1925), la Silenciosa (1926–1945), la Baby Boomers (1946 – 1960), la generación X (1961 – 1981), la Y o Millenials (1982 – 2001) y actualmente la generación Z (1995-2010) o llamada generación posmilenial, pero si nos percatamos de los enormes cambios emocionales que han experimentado las dos últimas generaciones veremos que en su mayoría se caracterizan por ser irritables, intolerantes, con un autoconcepto bajo, inseguros, nerviosos, sin un norte claro, con un poco de vacío existencial, con baja tolerancia a la frustración y muy  vulnerables emocionalmente, y muy pero muy apurados. ¿Hacia qué abismo nos estamos dirigiendo con tanta prisa? Ante toda esta enmarañada, enredada y espinosa situación el tratamiento, la receta curiosamente no viene ni en pastilla, ni inyectable, ni gotas…se llama TIEMPO. Si, el asunto es lo que cada uno hace con el tiempo, porque el reloj no sabe la hora, nos la da, pero no la conoce. Ya lo dijo John Lennon: “la vida es lo que nos pasa mientras estamos haciendo otras cosas” y la vida es eso, el tiempo, pero nosotros debemos saber usarlo, pero para eso se necesita algo que tampoco viene en cápsulas ni jarabes y es aprender a decir NO. El tiempo es la única divisa que tenemos y solo nosotros determinamos cómo será gastada. Tenemos que saber seguir jugando con la vida como cuando éramos niños porque, aunque parezca mentira, hay que jugar, porque el juego se puede terminar y dejamos de respirar. (O)

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