El valor de la cuaresma / P. Hugo Cisneros 

Columnistas, Opinión

 

LECTURAS DOMINICALES

Este tiempo que nos prepara a la PASCUA DE JESUCRISTO que es el misterio más gande y el que da razón a la viviencia de nuestra vida cristiana, TIENE QUE DEJAR HUELLA en nuestra vida. Por ello comparto algunos pensamientos sobre este tiempo de gracia que Dios nos da.
Con la imposición de la santa ceniza dimos inicio a un período que con las palabras bíblicas lo podemos llamar «momento de gracia», «momento de salvación», «momento de Dios».
Nosotros los cristianos tenemos que ponemos en el camino de la voluntad salvadora de Dios si queremos ser coherentes con la fe, con la vida, don precioso.
¿,Qué es lo que Dios nos pide? Si seguimos el espíritu de las lec¬turas de la Palabra de Dios, vamos a descubrir entre otras cosas tres exigencias fundamentales que son el fondo de las mismas exigencias que debemos cumplir a lo largo de toda la vida, y que deben ser vivi¬das y experimentadas de una manera más intensa y más profunda en este tiempo.
Intensificar nuestra comunión con Dios y sus misterios salvífícos, sentir que está con nosotros que nunca nos defrauda (2a. Lect.). Entrar una vez por todas en una vivencia de la fe sobria y sen¬cilla, pues por la «fe de corazón llegamos a la justicia». Entregar algo de nosotros en amor a los demás, pues no sólo de pan vive el hombre.
Intensificar nuestra comunión con Dios
Estamos acostumbrados a comulgar con Dios por períodos o eta¬pas. Nuestro esfuerzo tiene que ser continuo y permanente porque El es fuente de vida, de fortaleza, de amor; la mejor manera es intensifi¬car nuestra oración.
Ya no se trata de llenarnos de rezos, no se trata de quedamos en el cascarón de la espiritualidad, se trata de un acercamiento más íntimo, para sentir a Dios en nuestra ·vida, sentir su presencia en medio de nuestras actividades diarias. Orar es ponernos ante El y sentir que nos ama y que nosotros podemos amarlo y decirle con amor: Padre.
Vida sobria y sencilla
Por desgracia nosotros hemos convertido nuestra vida en un con¬tinuo carnaval. Buscamos huir de todo lo que nos molesta, de todo lo que la vida encierra de sacrificio, de dolor y de prueba. La vida por sí misma encierra dolor y sacrificio, nosotros debemos asumirlo a la manera de Cristo a fin de transformarlo y redimirlo y sentir la purifi¬cación de nuestros pecados.
Por ello la Iglesia nos pide algunos sacrificios, que no son otra cosa que entrar en la vivencia de la sobriedad y de la sencillez de la vida
Sobriedad en nuestros sentidos, sobriedad en nuestra manera de vivir, sobriedad en nuestro alimento para compartirlo con el más necesitado.
Mayor amor al hermano
La vida moderna nos ha alejado de la convivencia con nuestros semejantes: nos ha hecho más egoístas y alejados; nos ha convertido en seres individualistas y cerrados, más preocupados de nosotros mis¬mos. Es hora de aceptar que el camino que lleva a Dios es el herma¬no. Todo puede fallar, pero esta dimensión es esencial y fundamental porque de ella depende la salvación nuestra. Visitar al enfermo, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, aconsejar al que lo necesita, son las expresiones del amor al otro, que es mandato de Cristo.
Dejarnos mover por el Espíritu
Todas estas exigencias las podremos llevar a la práctica solamente cuando nos dejemos mover por el Espíritu Santo de Dios, como Cristo.
Es un dejarnos despojar de todo lo que es pecado y mal, es un revestirnos de todo aquello que es virtud y bondad.
Esto nos llevará a apreciar la transitoriedad de nuestra vida, la meta que nos espera. Pongámonos, pues, en el camino de la Cuares¬ma y hagamos de nuestra vida algo distinto y mejor.

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