Secuelas del 30S / Fausto A. Díaz López

Columnistas, Opinión

El jueves 30 de septiembre de 2010, la sociedad vio con asombro, cómo mediante una decisión precipitada del Jefe de Estado de ese entonces – Rafael Correa – ingresó al regimiento Quito, al conocer que los policías se habían soliviantado y confrontando a los amotinados, expresó exaltado: “si quieren matar al Presidente, aquí está: mátenlo si les da la gana”… “La policía se había rebelado, en rechazo a la aprobación de la Ley de Servicio Público y a la modificación de una serie de beneficios laborales que venían recibiendo”. Este asunto neurálgico, impulsó a policías y militares a demostrar su descontento; cuya protesta se convirtió en un amotinamiento que se realizó tras la arenga del Presidente. De esta forma, una situación que pudo ser evitada si se actuaba con cabeza fría, se desbordó y conmocionó a la nación.

El gobierno aprovechó la situación, para impulsar la tesis de que en el 30-S se produjo un intento de golpe de Estado. La ministra Doris Solíz, coordinadora de la política, sostenía a pie juntillas esta tesis. A la par, el régimen difundió ampliamente este argumento y lo utilizó como pretexto para aplicar el plan de gobierno que no era bien visto por sectores importantes de la oposición. Al respecto, el analista Jorge León, expresó a BBC Mundo que: “Desde el día de los acontecimientos, el país ha vivido una disputa de versiones”, más allá de lo cual, “hasta ahora, no hay pruebas reales de que hubo intento de golpe de Estado”.

Alberto Molina Flores, coronel retirado de las Fuerzas Armadas, expresó: “Si se procesaba profesionalmente la información sobre el descontento que había en los cuarteles policiales y militares e intervenían los ministros de Defensa, del Interior y de Coordinación de Seguridad, se hubiesen neutralizado los procesos del 30-S y se ahorraba el enfrentamiento entre policías y militares que dejó un saldo lamentable.

Y continúa: “Lo que está claro es que no hubo un intento de golpe de Estado, (jamás se dieron proclamas desconociendo al gobierno), no hubo cabecillas con poder de decisión, (no lideraron coroneles ni generales, sino cabos y sargentos) y sobre todo, ningún golpe de Estado se hace sin apoyo de los militares. Tampoco hubo la intención de matar al presidente, (por su propia voluntad, puso en peligro su vida) y peor que estuviera secuestrado, (siguió gobernando, dando órdenes y reuniéndose con sus colaboradores, emitió declaraciones a los medios de comunicación de dentro y fuera del país, decretó el Estado de Excepción y ordenó que se lo rescate)”. El resultado de ese hecho, posiblemente premeditado, fue, de dos policías, dos militares y un estudiante universitario muertos en Quito; y cinco personas en Guayaquil y una serie de policías y militares, procesados, que pese al tiempo transcurrido viven una situación incierta. (O)

 

 

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