Rajoy, el gallego / Esteban Torres Cobo

Columnistas, Opinión

 

Bien se dice que no hay muerto malo y que todos los defectos desaparecen para los demás cuando no se está. Y así como Rubalcaba no tuvo ya ningún desperfecto cuando desapareció del espectro político español, lo mismo vive Rajoy hoy luego de su renuncia y salida.

Denostado mientras ejerció el poder, caracterizado por una aparente falta de carisma y burlado por su tranquilidad permanente incluso en las peores crisis Rajoy fue, en realidad, uno de los políticos más interesantes y curiosos que han ejercido el poder en los últimos veinte años.

Esta peculiaridad la ha probado, además, regresando a su puesto de Registrador de la Propiedad en una ciudad muy pequeña luego de haber estado negociando tratados internacionales con Ángela Merkel y Emmanuel Macron hace solo dos meses.

En esas imprevisiones que brinda el poder, cualquiera está un día en carro blindado y al día siguiente caminando por la vereda sin más escolta que la de su sombra. A Rajoy, sin embargo, el cambio no parece haberle destruido o alterado. Con esa tozudez gallega que le caracteriza ha aceptado su nuevo y tranquilo camino.

¿Cuántos pueden tener la tranquilidad de Rajoy al dejar el poder? ¿Cuántos pueden, a semanas de haber dejado el poder total, caminar solos por la vereda y tomarse un café en una fonda sin seguridad que les cubra o les proteja? ¿No es acaso eso la mayor satisfacción del trabajo bien hecho? (O)

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