La necesidad de estar solos / P. Hugo Cisneros

Columnistas, Opinión

Hay muchas maneras de estar solos. Hay una soledad “enfermiza” que acaba con las personas que va minando su vida. En ese mundo hay mucha gente que sufre esa soledad porque han sido abandonados, porque no tienen quien les visite y asista o porque simplemente ellos se encerraron en sí y se alejaron de los demás. Esta soledad genera tristeza, en muchos casos termina en una modalidad de demencia y convierte a muchas personas en seres infantiles y hasta molestos. Existen otros tipos de soledad: son aquellos momentos buscados intencionalmente para sentir y buscar paz, para poder experimentar un reencuentro con nosotros mismos, o simplemente para descansar y pensar. Son oportunas, son saludables, y son hasta necesarias en un mundo de movimiento, de bulla, de agitación y de todo tipo de violencia. Hoy quiero hablar de otro tipo de soledad: aquella que se tiene que dar entre dos personas. Es una soledad “a dos”. Es la soledad que se constituye en un pequeño paréntesis o en un pequeño oasis diario que deben los esposos buscar y vivir. Los esposos, por la naturaleza de su misión normalmente están preocupados por los demás, por los asuntos de la casa, por los asuntos y los problemas que comporta el trabajo, están dedicados a buscar el pan de cada día, el bienestar familiar. A todo esto que es normal y natural hay que añadir todo aquello que constituye la vida social de una pareja: los amigos, los compromisos, las invitaciones. Diríamos que muy poco tiempo dejan para dedicarlo para sus personas, para su vida. Ese poco tiempo se reduce por desgracia a “descansar y estar tranquilos”.

Es buenos que los esposos busquen un tiempo para estar solos, para alejarse totalmente de todo su trajinar diario y dedicarse el uno a el otro.

Es una soledad hermosa y fructífera: los esposos pueden “hablar de sus asuntos”, los esposos pueden volver a repetirse la tan necesaria frase “te quiero”. Esta soledad favorece para que ellos salgan un rato juntos”, quizás tomados de las manos, que bien hace el tomarse las manos también de casados. Esta soledad es un oasis en el que los esposos “retoman fuerzas”, para la dura tarea del hogar, realimentan su espíritu para sentirse acompañados en el compromiso que tienen con el hogar. Esta soledad sirve para que rían a gusto de alguna ocurrencia, para que puedan transmitirse “cosas que los niños no tienen que saber”.

Esta soledad es necesaria para que los esposos simplemente se contemplen y callen. El estar así solo robustece, reanima, alienta y lo que es más hermoso, hace que los dos se compenetren más y más en una íntima comunión de espíritu y de vida. Que bueno es estar solos un rato para poder valorar el estar “juntos y acompañados” por toda la vida. (O)

 

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