Inteligente o hábil / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

 

Henry Kissinger, político estadounidense que tuvo gran influencia sobre la política internacional de Estados Unidos y consecuentemente con respecto a otros países, fue secretario de Estado durante los mandatos presidenciales de Richard Nixon y Gerald Ford. En aquel entonces (entre 1969 y 1977) se hizo tanto o más famoso que los mismos presidentes a los que representaba o incluso con los que trataba. Por eso, la extraordinaria periodista Oriana Fallaci un día le preguntó: “- Doctor Kissinger, ¿cómo explica entonces el increíble divismo que lo distingue, cómo explica el hecho de ser casi más famoso y popular que un presidente? ¿Tiene una explicación para este asunto?”

El diplomático respondió: “- Sí, pero no se la daré. Porque no coincide con la tesis de la mayoría. La tesis de la inteligencia, por ejemplo. La inteligencia no es tan importante en el ejercicio del poder, y a menudo, desde luego, no sirve. Al igual que un jefe de Estado, un tipo que haga mi trabajo no tiene necesidad de ser demasiado inteligente.”

Más adelante en la misma entrevista Kissinger sí termina confesando cuál es, desde su punto de vista, la razón para ser más popular que un presidente; pero por ahora nos quedaremos con el razonamiento que hace respecto a la inteligencia de los mandatarios: “la inteligencia, dice, no es tan importante en el ejercicio del poder”. Fulminante, radical, tajante.

Indudablemente siempre habrá presidentes muy inteligentes y que se los admira precisamente por su aguda visión a la hora de resolver problemas, pero digámoslo claro, son excepción, la enorme mayoría tiene cualidades que pretenden confundir con inteligencia una simple habilidad. Un charlatán populista, por ejemplo, ha desarrollado la habilidad de un verbo exquisito que convence, que convoca, que excita a las masas, pero dicha habilidad está a años luz de ser llamada inteligencia; o aquel negociador inescrupuloso que es muy hábil para vender sus ideas; o el otro que ha llegado como redentor y pretende enseñar e imponer su verdad a todo un pueblo que él cree iletrado y sumiso. Nada de eso es inteligencia por una sencilla razón: ser inteligente es sinónimo de honestidad, integridad y decencia, y si se es hábil se tiene también que ser recto de proceder, entonces y sólo entonces podrá llamarse inteligente, de lo contrario será un personaje muy hábil, nada más.

Por eso, desde esta óptica no estoy de acuerdo con Kissinger porque siempre será preferible un mandatario íntegro que uno deshonesto, un líder con principios que uno pícaro, en resumen, siempre será mejor un presidente inteligente que uno hábil.

Desde luego que también hay de los otros, aquellos que son tan limitados de neuronas que ni siquiera alcanzan a ser mínimamente hábiles, pero que llegaron al poder gracias a la habilidad de terceros y que lo ostentan con la misma torpeza que un gusano a tropel. (O)

 

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