Gitanerías / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

 

 

Ya no se ven gitanos por nuestros pagos, como si ocurría hace unos cuantos años. Raro detalle por el atractivo que el Ecuador “dolarizado” debiera tener para las actividades típicas de los gitanos, pronosticadores del futuro humano, su medio de vida.

Por lo anotado, me causo sorpresa encontrar un puesto de venta de frutas, en la ruta a la costa, a una mujer de falda alargada que dijo ser gitana, dispuesta a leer la suerte en la palma de la mano o a echar las cartas. Intenté conversar para deducir si era gitana de verdad o era alguna criolla nuestra necesitada de unos dólares.

En un par de minutos me describió datos relativamente históricos: “Somos originarios de Atlántida o de Babel o de Egipto. Nuestros antepasados fueron descendientes directos de Caín y de otras figuras Bíblicas”.

Según los pocos historiadores que tratan el tema, los gitanos fueron “caucasicoides” , casta nómada de músicos, tamborileros, bailarines, cuyo éxodo de Punjab –región de la India-,  comenzó por el año 1000. No hay un solo estudio seguro de esa trayectoria. También aparecieron en Grecia donde se hicieron pasar por peregrinos, mientras toreaban a las autoridades como ventrílocuos, magos, encantadores de serpientes, adivinos. Los gitanos de la edad media se declararon musulmanes, católicos, ortodoxos, rusos, protestantes, griegos ortodoxos. Así evitaron ser sentenciados a muerte por brujería o por herejes.

Fue un halago ser confundidos con los moros, tártaros, egipcios, sarracenos o cualquier raza que ayudara a asegurar su supervivencia.

En la época de Colón, los líderes gitanos convencieron a italianos crédulos que estaban en una misión secreta del Papa. Luego emprendieron su destino errante por el mundo.

No hay certeza alguna sobre los gitanos, ni en su historia, ni en su cultura, ni siquiera en sus nombres. La “gitanología” es una de las menos científicas de las disciplinas antropológicas.

Pero volviendo a mi gitana de la carretera, le pedí que me adivinara la suerte, más por ayudarla económicamente que por verdadero interés en sus conocimientos. Escarmenó la palma de mi mano, tensó su rostro antes de describir supuestos episodios de mi vida, aciertos, errores, viajes, decepciones de pareja, estudios, trabajos. Como cierre de su lectura dijo: “Tú vas a pasar de los cien años de vida.” Vaticinio que no me alegró, ni me alegra, en los más mínimo, pues, entre mis “proyectos” está cantar el último cuplé mientras todavía esté en condiciones físicas y mentales de hacerlo en Re menor… Ni un día más. (O)

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