Furia en la ciudad / Dr. Washington Montaño Correa. MSc.       

Columnistas, Opinión

 

Amanece y la ciudad se ve desguarnecida, ni policías ni agentes de tránsito. Comienza la carrera y los pitos de las furgonetas escolares, taxis, padres apurados y motociclistas aventados; desaforados por el atraso, se vuelven Schumacher y ensayan toda suerte de maniobras al volante, vueltas en u, doble y triple fila, rebasan en doble línea, son ases para una luz amarilla y audaces ante una roja. Les vale madre los ojos de águila, ven por lo suyo y allá los demás.

Si por allí está un agente, se hace de la vista gorda para no sancionar a los muchísimos ciudadanos que van conversando por celular, o están chateando en las paradas del semáforo. ¿Cómo será esta repartición de los agentes de tránsito que en la Sagrada Familia hay tres y en la Joaquín Lalama, ninguno?, por ejemplo.

Y qué decir de los recicladores que, con mala cara y palo con clavo en mano, abusivamente se colocan con sus carritos a un costado de los ecotachos y revuelcan toda la basura y son un estorbo para la fluidez del tránsito, van por media calle, ensimismados, insultan y amenazan a los que pitan; se siente dueños de la basura y como viven con ella, la riegan, desordenan y campantes se van.  

Los dueños de los almacenes, restaurantes, tiendas o comercios varios son otro tanto; si bien es cierto que limpian, trapean o barren la inmundicia que dejan en la noche o a la madrugada, los mercados ambulantes de frituras y ricuras, chumados, mal vivientes, pordioseros y ahora extranjeros sin techo. Ellos también enojados, malhumorados, botan sin ver, el agua con cloro, detergente en las paredes y veredas malolientes y con la escoba esparcen el agua sucia sin importarles quienes pasan o si pueden provocar un accidente por resbalarse o por bajar a la calle.

Avanza la mañana y los comerciantes se adueñan de las veredas o de las puertas de las unidades educativas para vender cualquier chuchería a los estudiantes. Son bravos, ya tienen lugares propios y nadie sabe quién les otorgó el uso de un bien ciudadano. De los precios ni se diga, como no hay control de nada, hay que ganar lo que más se pueda sin importar que compran los estudiantes, ya que ni los padres controlan porque ellos mismos les dan comprando.

Es un caos cuando tocan los timbres de las unidades educativas, padres desaforados, silban, gritan, golpean con furia la puerta porque violenta el derecho de sus hijos a estudiar, “aunque sean atrasados” Por allá viene acercándose una cadena de pitazos de las bocinas, porque alguien se quedó con el pie en el embrague o porque no aprovechó el amarillo para pasarse.

Ya van a ser las ocho de la mañana y se acerca una nueva ola de furia oficinista. La ciudad sigue desguarnecida y desprotegida. Autoridades muchas gracias por su preocupación. (O)

 

   

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