El regalo de Magi / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


“Ella contó tres veces unos pocos dólares ahorrados, uno por uno, fruto de lo que a veces regateaba con la verdulera o con el carnicero, su esposo realmente ganaba muy poco. Al día siguiente era Navidad. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito, especial y de calidad para él. Evidentemente no era suficiente dinero, no había nada que hacer, solo echarse al miserable lecho y llorar porque su presupuesto no era suficiente. Este joven matrimonio vivía en un suburbio muy desposeído de una ciudad, eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Él tenía un precioso y envidiable reloj de oro de bolsillo que había sido de su padre y antes de su abuelo. Ella poseía la más hermosa y brillante cabellera de la ciudad.

Ella sin rumbo y desconsolada salió a la calle y se detuvo en un cartel que decía: «Cabellos de todas clases». Sin pensar dos veces pregunta: ¿Quiere comprar mi pelo? A lo que la dueña inmediatamente responde: le compro. Y con ese buen dinero empezó a mirar los negocios en busca del regalo para él. Al fin lo encontró, era hecho para él y nadie más. Era una cadena para su reloj, de platino, de diseño sencillo pero elegante y puro.  De regreso a casa se miró al mismo espejo dónde ella y el adoraban su cabellera. Si él no me mata, se dijo, sabrá entender que mi cabello crecerá y se repararán los actuales estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho?

En la Noche de Navidad el café estaba ya preparado, la humilde cena lista en la estufa para recibirlo. Ella muy nerviosa no sabía por qué si él no se retrasaba nunca, se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde él entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en la escalera y, por un momento, se puso pálida y murmuró: «Dios mío, que piense que sigo siendo bonita». Él entró y se quedó inmóvil y estupefacto, sus ojos se fijaron en ella con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña. Ella nerviosamente se acercó a él y exclamó: no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin darte tu regalo. Crecerá de nuevo no te importa, ¿verdad? Dime «Feliz Navidad» y seamos felices, pero ¡no te imaginas qué regalo tan lindo te tengo!

Pasada la primera sorpresa, él pareció sonámbulo y rápidamente la abrazó, después de eternos diez segundos dijo: Unos pocos dólares o un millón al mes, ¿cuál es la diferencia? Nuestro regalo es Cristo cuando vino al mundo. Él sacó un paquete del bolsillo y lo puso sobre la mesa diciendo: Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás el porqué de mi desconcierto. Ella, jubilosa, retiró el papel y la cinta, y después un brusco y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos invadió la habitación. Eran las más caras, auténticas y mejores peinetas de plata que habrían existido jamás para tan preciosa cabellera que ella ya no la tenía. Ella mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano, la preciosa cadena. ¿Verdad que es maravillosa? Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj, quiero ver cómo se ve con la cadena puesta. En vez de obedecer, él se dejó caer en el sofá y le dijo: olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Sabes, vendí mi reloj para comprarte las peinetas.” …Estuvieron dispuestos a deshacerse de lo que más amaban, los valiosos son esos regalos que vienen del corazón, unidos al amor y la humildad y de manera desinteresada. Feliz Navidad a todos. (O)

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