El personaje del chulla quiteño / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

 

Este 6 de diciembre, la capital de todos los ecuatorianos cumplirá 484 años de su fundación española. Esta ciudad Patrimonio de la Humanidad guarda un sinfín de valores y tradiciones, entre ellas la del personaje del Chulla quiteño.

Según investigadores como Fernando Jurado, señalan que durante gran parte del siglo XIX, el término «chulla» estuvo relacionado con «el que no tenía pero aparentaba poseer mucho». Sin embargo, ese chulla que hoy sobrevive en una canción tradicional fue en sus épocas de apogeo mucho más que eso: un auténtico pilar de la ciudad, íntimamente relacionado con el típico sentido del humor de los citadinos, verdadero eje de la sal quiteña.

Quizá los primeros rastros de la “sal quiteña” y del “chulla quiteño” se encuentre en la misma lejana España. Siempre bien vestido, aunque fuera con el único terno que tenía. Incluso se decía que debajo de su levita, el cuello, la pechera y los puños de la camisa inexistente estaban unidos por cordones. Como complemento de su atuendo llevaba un sombrero arriscado -con las alas vueltas hacia arriba- que lo volvía inconfundible.

Dicen que además el chulla quiteño no era muy cumplido, vivía sin apuro. Veía con cierto cinismo sus propias desgracias y gozaba inventándose apellidos ilustres, viajes increíbles y fortunas dilapidadas, despertando con ello más de una admiración entre sus ingenuos conciudadanos.

Nuestro personaje tenía aires de intelectual y con facilidad se presentaba como poeta, recitador o cantor. Por demás imaginativo: siempre estaba inventando historias inverosímiles, como una especie de duende que conocía absolutamente todos los rincones de la entonces pequeña ciudad, y podía, por ello, esconderse en cualquier lugar.

Además, era un verdadero mago, que se las ingeniaba para comer gratis y para trocar las botellas vacías en botellas llenas, aunque no tenía un solo centavo en el bolsillo. Las frases, sentencias, dichos, ocurrencias, anécdotas y chistes inundaban los encuentros entre chullas: «Es preferible vivir del crédito antes que morir de contado», decían con malicia.

Uno de los más recordados fue el Terrible Martínez, quien se atrevió a hacerse pesar la mano por los creyentes disfrazado de arzobispo.

En todo caso los había aristócratas y los de menos recursos económicos, pero todos participaban de tales características. De ahí que Fernando Jurado en su libro “El chulla quiteño” nos dice que hay diferentes tipos y niveles de chullas, pero el propiamente tal era aquel de 14 oficios y 80 necesidades.

Por ello, no todo era jolgorio, pues como dice el autor, la vida suele asestar duros golpes y aquel diablillo burlón, vivaracho y travieso no siempre era comprendido o aceptado.

De cualquier manera, lo cierto es que este simpático personaje ya no está más entre nosotros, pues el desarrollo de la modernidad que ha hecho de Quito una verdadera metrópoli, también ha marcado un entorno donde el chulla quiteño no tiene cabida más que en el grato recuerdo de los habitantes de esa ciudad. (O)

 

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