El odio se autoelimina / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión

El odio es propio del hombre, pues él es el único capaz de sentirlo. Desde siempre los seres humanos estamos excesivamente familiarizados con el odio. Desde Caín y Abel, hasta la persecución y asesinato de seis millones de judíos por parte del gobierno nazi. Desde el bombardeo atómico a Hiroshima y Nagasaki hasta la conmoción mundial provocada por el sorpresivo, brutal e impensable ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono estadounidenses, y así no acabaríamos de nombrar las barbaries acontecidas a través de la historia de la humanidad. Desde que fue creado el Universo aprendimos que todo tiene su contraparte, lo bueno y lo malo, lo claro y lo oscuro, lo bello y lo feo etc.…Dios nos permitió escoger y tener el libre albedrío de nuestro destino.

Precisamente, somos nosotros los que decidimos ¿qué camino escoger?  Y, ¿qué tipo de vida deseamos vivir? También en la vida cotidiana, y cada vez con más frecuencia, vemos personas que están siendo víctimas de acoso moral generando en ellos sentimientos, pensamientos y emociones destructivas por haber ingresado en una atmosfera de odio, celos o envidia de alguien de su entorno familiar, personal, laboral o conyugal. Se cree que el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia y que cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga.

Esto es entendible pues no faltan aquellos seres que en sus mentes sólo albergan el mal, abominables y ruines intimidadores que buscan la forma de hacer daño a las personas. Pobres criaturas por las cuales solo debemos abrigar compasión y lástima. Cegados por la ira y cargando la herida de la envidia su misma maldad les oprime constituyéndose en un suicidio lento por envenenamiento de pensamientos destructivos. Conflicto psicológico traducido en lo que científicamente llamamos trastornos de conversión, es decir síntomas no intencionales tanto motores (dificultad para caminar, tragar, hablar, parálisis de los miembros, etc.) o sensoriales (amortiguamientos, hormigueos, visión doble, alucinaciones, sordera, etc.) Nadie está obligado a castigar a los que nos ofenden o nos quieran hacer daño, todo lo contrario, si respondemos con más bondad ellos mismos se autoeliminarán. Haciendo el bien sembramos humanidad. Así como debemos saber que el mundo no está en peligro por las malas personas sino por quienes permiten la maldad, debemos también tener presente que, con tolerancia, disposición al perdón y, sobre todo, con amor, podemos destruirlos. Por todo ello cuando se tenga este tipo de amenazas es muy aconsejable reforzar nuestros mecanismos de resistencia a este tipo de situaciones amenazantes impidiendo que las ofensas se conviertan en daño, es decir intentando hacer que sea posible lo que aparenta ser imposible.

Dado que ni un perro ni un cuervo son tan necios como el deseo de hacer daño, la violencia no es el remedio, tenemos que hacer frente al odio con la serenidad y la compasión, pues la piedad es más inteligente que el odio y la misericordia es preferible aún ante la cínica injusticia. El no saber mostrarse bueno con los malos es una prueba de que uno no es bueno del todo y recordemos siempre que nunca será posible desembarazarse por completo del mal, pues siempre deberá existir algo contrario al bien. Cada vez vemos más carencia de bondad y eso nos deshumaniza convirtiéndonos en personas indeseables e insensibles, con las que la vida en comunidad se torna difícil e incluso peligrosa. Lo dijo C. S. Lewis: “Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por ser bueno. Sólo podremos conocer la fuerza de un viento tratando de caminar contra él, no dejándote llevar.” (O)

Medicina Integrativa Oriental

 

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