El maravilloso mundo de las abejas

Editoriales, Especial

Por: Ing. Patricio Chambers M.

De todos los seres que habitamos en este planeta, sin duda las abejas ocupan un lugar muy especial, principalmente por su manera de trabajar en comunidad que constituye un verdadero ejemplo de colaboración y comunicación.

Siglos atrás ya Aristóteles expresaba su fascinación con la danza de estos insectos, y a principios del siglo XX el científico Karl von Frisch ganó el Premio Nobel por descifrar su significado.

En un artículo publicado en El País de España, se recoge buena parte de las actividades que realizan estos animalitos para lograr la subsistencia de su comunidad, de hecho su extraordinaria coordinación, cooperación y colaboración es el resultado de un particular sistema de comunicación que no es otro, que el bailar.

Karl von Frisch explica que cuando un primer grupo de ellas llamadas “exploradoras” descubren una fuente de comida, regresan a la colmena y poco después, otro grupo de “recolectoras” vuela directamente hacia las flores sin necesidad de guía, lo cual es posible porque antes de partir vieron bailar a las exploradoras.

Según las observaciones de este científico dicha danza está llena de significados y en ella hay información para que las abejas puedan encontrar la comida por su propia cuenta.

De hecho si las flores están a más de 150 metros de la colmena, las exploradoras bailan realizando una figura en forma de ocho: primero van en dirección recta, después hacen un semicírculo, otra vez rectas y finalizan con otro semicírculo. En la fase rectilínea, la abeja mueve el abdomen vigorosamente de lado a lado. Cuando más lejos está el alimento, más dura el meneo.

No obstante, afirma el investigador, conocer la distancia no es suficiente pues hace falta saber la dirección. Para ello por ejemplo una obrera realizará un baile perpendicular el techo del panal, si el alimento está en la misma dirección que el Sol.

Si las flores están, por ejemplo, a 40 grados a la izquierda del Sol, el baile será ejecutado 40 grados a la izquierda de la vertical del panal. Las bailarinas transponen el ángulo solar a un ángulo gravitacional.

En conclusión, el ángulo que adopta la abeja, con relación a la vertical del panal, representa el ángulo que se forma entre la fuente de alimento y la posición del Sol, siendo la colmena el vértice. La dirección del baile va cambiando con el movimiento del Sol, al largo del día y las estaciones.

Fueron precisamente éstos descubrimientos los que le valieron el premio Nobel en 1973. Además es interesante constatar que su experiencia inspiró a otros científicos a comprometerse con temas relativos a la comunicación animal.

De ahí que investigadores de todo el mundo empezaron a estudiar el lenguaje de diversas especies, lo cual resulta importante pues durante siglos se pensó que la comunicación era algo exclusivo de los seres humanos, cuando en realidad y tal como lo dice Jorge A. Livraga somos parte de la naturaleza, “ni sus dueños, ni sus esclavos”. (O)