El arte Floral del Ikebana o flor viviente / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión

Una de las más bellas expresiones artísticas constituye sin duda el arte floral del Ikebana, cuyo origen lo encontramos en el lejano Oriente con el propósito de expresar ciertos conceptos filosóficos del budismo.

Este término significa «flor viviente» y se lo usa para denominar el arte japonés del arreglo floral. Está compuesto por la palabra “Ikeru” (hacer vivir, llegar a la esencia de algo) y “Hana”, flor (que se pronuncia como bana) pero incluye toda calidad de plantas como ramas, hojas, hierbas, raíz, musgo, etc. lo cual lleva a la idea de dar vida a la flor o vivificar las flores.

Tal como lo señala en uno de sus artículos Zelma D. Costa, la presencia de flores transforma un ambiente, modifica a las personas, vitaliza toda la atmósfera. Es como si su espíritu lo penetrara todo, pues la convivencia con las flores perfuma la naturaleza humana.

Antiguas tradiciones nos hablan de que monjes hindúes fueron los primeros en recoger cuidadosamente las flores dañadas por ventiscas o marchitas por el calor, en un intento de mantenerlas vivas.

En el arreglo en sí, la rama central y más alta apuntaba hacia el cielo; al lado de ese núcleo se agrupan los otros tallos, a derecha e izquierda, de forma simétrica. Un tercer grupo de tallos más bajos alrededor del centro sirven de soporte para mantener la unión del conjunto.

Este arte se desarrolló debido en gran parte al espíritu artístico, simplicidad y sensibilidad del pueblo japonés con relación al medio ambiente y a las plantas, cuidadas y protegidas con mucho celo y respeto.

El proceso de popularización del ikebana tuvo su inicio en el s. XVII, pero sólo a finales del siglo XIX se abrieron las primeras escuelas que permitieron el acceso a las mujeres. Durante varios siglos, este arte fue transmitido de maestro a discípulo oralmente o con pocas palabras y gestos mudos.

Las enseñanzas eran guardadas en el más absoluto secreto, mediante una transmisión de corazón a corazón, con la intención oculta de no permitir que el discípulo aprendiese una lección de memoria, sino que descubriese el espíritu del arreglo floral por su propia experiencia.

Tal vez ésta sea la razón por la que hasta hace poco existieron muy escasos textos sobre este arte floral, limitándose en su mayoría a ilustraciones y sugerencias prácticas.

Detrás de ello está el principio del tres, que constituye la base del arreglo floral representado por tres líneas maestras, definidas con ramas y hojas que dan la forma de lo que se quiere expresar mediante esta labor.
Simbólicamente el ser humano está situado entre el cielo y la tierra. Recibe su alimento espiritual del cielo y su soporte son las raíces terrestres.

Por ello, el discípulo de ikebana debe trabajar hasta conseguir la armonía de estos tres principios: la unión del corazón de la flor con el corazón del hombre y el corazón del universo, que son una misma cosa. (O)

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