Diezmo Callejero / Washington Montaño Correa

Columnistas, Opinión


Nos encontramos circulando por la principal avenida de Ambato, llegamos al parque Cevallos, esquina de la Martínez; de pronto por la ventana se acerca un joven, se le observa mal vestido, despeinado, sucio, ojeroso y sin que medie ninguna palabra arroja agua sucia, mezclada con detergente que tiene en un envase de gaseosa y con una pluma comienza a quitarlo del parabrisas, acto seguido pide el dinero, se le da y algo dice que no se alcanza a escuchar por los pitos de los autos.

Se continua y más arriba en la otra esquina, nos ofrecen caramelos, galletas, billetes venezolanos y golpean insistentes el vidrio de la ventana. Nos vamos, pero en el trayecto hay más personas extranjeras que piden dinero a cambio de unos chupetes, caramelos que varios conductores no los toman, sino que les extienden monedas; toman el dinero, agradecen y se van donde una señora que cuida a un bebé en la acera y le entregan las monedas.

Avanzamos a llegar a un parqueadero y ni bien salimos, ya nos abordan dos señoras ofreciéndonos unos chocolates y billetes de su país. Sin intención de comprarles, los evadimos y nos dice “una monedita para comprar comida” regresamos sobre los pasos y se les da una moneda de 25 centavos. Por donde vamos, a donde entremos, salgamos, caminemos, compremos, hay demasiados extranjeros pidiendo dinero y llega este acoso a los límites del fastidio.

Pero hay grupo de jóvenes que se ubican en la bajada de la Alborada, a un costado de la gasolinera, otro más abajo, frente al Akí, uno más, cerca del colegio Bolívar y otro, frente a los Charrúas.  Son bien avezados porque están en jorga, se molestan si no se les compra, o se escuchan malas palabras porque no se baja el vidrio, golpean los autos y en su jerga venezolana, insultan a las personas.

Cuando el semáforo cambia a rojo, se reparten en las dos vías a realizar su actividad, si les dan dinero, regresan con la sonrisa de oreja a oreja, pero si no les dan nada, vienen molestos, insultando al aire y quejándose de su mala suerte al lugar en donde están dos chicas con bebés en cochecitos. Si antes nos quejábamos de los malabaristas argentinos o chilenos, que al menos se esforzaban por ofrecer arte por colaboraciones. Estos otros no te ofrecen nada y te exigen a que les compres o les regales limosnas, so pena de ser motivo de insultos.

Lo que llama poderosamente la atención que estas personas que piden caridad, tengan celulares rete caros. O sea que el diezmo callejero es negocio redondo. Es por eso que a esta actividad se dedican el padre la madre y los niños con lo que desplazaron al ciego del acordeón que canta, al lotero que vende los guachitos, a las señoras que venden frutas en funda, al manquito de las ensaladas de frutas, al señor que tocaba varios instrumentos y era un show man o a los artistas de la calle.

Es hora de ponerle el cascabel al gato, este desorden en las calles debe terminar porque hay niños y mujeres en situación de vulnerabilidad, que son presa fácil de la delincuencia. (O)

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