Deslegitimación del carnaval / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

¿Es carnaval o es Fiesta de la Fruta y de las Flores? ¿Se juntan, se superponen o se repelen los conceptos? En América todo es posible. A pesar de que muchos lo saben, el carnaval, en esencia, es una paradoja del cristianismo: antecede a los 40 días al Domingo de Ramos, se celebra tres días antes del Miércoles de Ceniza. Pero en nuestro medio, las formas de la ritualización estereotipada, de sacar a la calle los diablos, de actuar con disfrazados, de meter bulla, pintarse la cara, de hacer juerga y permitir que, sobre todo las clases bajas, se desenfrenen sin Dios ni ley, se burlen de la autoridad, de la iglesia; se hacen en cualquier tiempo. Mírese el calendario carnavalero que se ha zafado de la vinculación cristiana que es la que nos trajo los carnavales. Por eso los pastusos tienen su carnaval en el 6 de enero, los uruguayos celebran 41 días de carnaval y nosotros llamamos carnaval a otra cosa que dicen que tiene que ver con terremotos.

A pesar de la mojigatería de las clases altas frente a la teatralización del carnaval, a pesar de disposiciones legales, ordenanzas y llamados púbicos a la cordura, las clases populares vibran con el carnaval, desde mucho antes de las fechas previstas, en muchas partes del continente y desde el fondo de la época colonial: son reivindicaciones secretas y reprimidas del populacho: y lanzan agua hasta con baldes, lanzan huevos podridos, tintas, tiznes, harina, manteca, y lo que asoma. Es una contienda, una batalla, una estrategia, una oportunidad de la irreverencia que brinda la época. ¿Han visto en un mercado untarse con manteca mientras los clientes comen calmadamente un chancho hornado? ¿No han sabido que al matar el chancho para el carnaval, muchos terminan bañados en sangre del animal? En la televisión acabo de mirar y oír que en nuestra amazonia se juega carnaval lanzándose petróleo. Los niños carnavaleros en la zona andina se lanzan la majada fresca de la vaca, y luego un balde de ceniza. ¡Qúe lindo y divertido que es el carnaval cuando se tienen víctimas! ¿Cuántas historias trágicas tendrán que contarnos las clínicas y los hospitales a consecuencia del carnaval?
Hay mucho para escribir sobre el carnaval, pero vayamos a una posible etimología, puesto que por aquí también surgen discrepancias. Creo que es bastante acertado decir que carnaval proviene del vocablo latino «carne-levarium» que se traduce como “privarse” de carne. Pero por aquí también se entrevén los eufemismos del cristianismo. No solo era el “privarse de comer carne” (de animal) los Viernes previos a la cuaresma. La “abstinencia de la carne” significaba también abstinencia sexual. Los legajos notariales de la época colonial están llenos de ese vocabulario en donde “carne”, “comercio carnal”, “trato carnal”, tienen que ver con la sexualidad. Por esta misma razón, la misma iglesia auspiciaba que los matrimonios eclesiásticos debían celebrarse en carnaval, es decir en los días previos a la abstinencia, para no incurrir en pecado.
En la temprana colonia y en el virreinato del Perú, por los 1544, se sabe que ya se celebró el carnaval en Lima, desde las clases altas, entremezclando las festividades y ritualidades aborígenes. Después se insertarían a la celebración los negros y los mestizos. “El hecho es que con el tiempo, el juego con agua y harina, las mojigangas, los papahuevos, los gigantes, los disfraces, las escenificaciones, los carros alegóricos, las danzas, los bailes, el vino, el licor y los banquetes hicieron del carnaval una fiesta nacional.” (Rolando Rojas, En Tiempos de carnaval). De estas cosas hemos pasado a lo que dice el mismo autor citado, a una “carnavalización de la vida pública”, nosotros, hasta con consulta enmascarada. En la colonia se daban el trabajo de vaciar huevos para rellenarlos con tintas, para agredir a las víctimas. Y a propósito, semióticamente en carnaval los objetos se vuelven simbólicos. No se lanzaban huevos fértiles ni frescos. Un detestable del vulgo, frustrado y camuflado, lanza lo podrido, lo indeseado, porque, en carnaval, hasta las gallinas eran vistas como furcias.

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