Compresión Infinita / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión

Desde hace no mucho tiempo, los “tours” internacionales incluyen a Granada, la capital de la provincia española del mismo nombre. Y, en la ciudad de Granada, el barrio el Realejo se ha convertido en la atracción turística número uno.

La belleza, historia y la leyenda de este rincón de Granada podrán conocerlas, descubrirlas, a través de unos jóvenes con capacidades diferentes que, enamorados de la cultura y de su ciudad, han luchado con esforzado tesón, para demostrar con su ejemplo el enorme poder de el coraje y la fe. Y lo más importante, que la diferencia entre los sueños y los valores es la determinación que ponen por convertirlos en realidad.

Los nuevos embajadores de la ciudad, como así han sido bautizados por sus propios coterráneos y el turismo, son jóvenes voluntarios con síndrome de Down, que se han preparado a fondo, con gran entusiasmo, con fe, perseverancia y con inmenso amor por lo que hacen, para desempeñar su misión con dignidad insuperable.
Resulta sorprendente con que profundidad de conocimientos muestran a los visitantes los tesoros artísticos, históricos y arquitectónicos. Con que entusiasmo han investigado la historia de cada rincón de su Granada.
La fe, el interés, que esos jóvenes incluyen en cada circunstancia y exponen al visitante, hace que éste se traslade en el tiempo y se sumerja en los acontecimientos pormenorizados.

Observando el ánimo en el desempeño de su labor, no podemos sino que darnos cuenta, contra lo que comúnmente se cree, que los niños nacidos con síndrome de Down no son diferentes de nadie, lo tienen todo; y de lo bueno mucho más que los demás. Ellos son la encarnación viva de la esperanza, de la alegría, de la determinación.
El ejemplo de los jóvenes guías granadinos debe ayudarnos a cambiar la percepción que tenemos acerca del síndrome de Down. Apoyar su inclusión en la sociedad y comprender su individualidad como seres humanos no desiguales, para que puedan llegar a vivir en comunión real, total.

Si miramos a esos jóvenes con ojos razonadores nos daremos cuenta que la risa de un hijo con síndrome de Down es algo tan puro, limpio, sincero, lleno de amor e inocencia, que solo la alegría del Jefe Supremo puede asemejarse, porque lo suyo es lenguaje de compresión infinita. (O)

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