Anda engañarás al huahua / Pedro Reino

Columnistas, Opinión

 

Venir al mundo es venir al mundo del lenguaje. Estoy compartiendo palabras de la filosofía. ¿Y qué es venir al mundo en estos tiempos? ¿Acaso no significa llegar a un lugar donde se producen todas las atrocidades? O si estoy equivocado, háganme notar que no me he dado cuenta que aquí es el paraíso porque aquí no se comenten crímenes, no hay robos, todos los políticos son honestos, transparentes, trabajadores incansables, desinteresados que trabajan ad honorem. Aquí no hay desigualdad social, no hay racismo, todos tienen empleo, vivienda, vehículo. Los de aquí todos van de vacaciones a Orlando, no sacan turnos para el seguro, tienen agua potable de primera, no hay ríos contaminados. Todo el mundo lee, compra libros actualizados, aprende poesía, asiste a conciertos, disfruta de actos culturales que elevan el espíritu.  Creo que soy un pesimista que no me he dado cuenta que de gana me quejo diciendo que aquí no se cometen atrocidades ni contra la naturaleza, ni contra lo que quiere la gente. Todo es democrático como esta propia palabra que ahora tiene vigencia en diccionarios del descrédito.

Pero el caso que quiero comentarles es cómo nos enteramos de lo que dijimos que se llaman atrocidades. ¿Acaso la poesía se escribe al margen de la vida? Los poetas exponen o exponemos a los oídos del mundo lo que nos duele y nos preocupa. Y lo hacemos con las palabras que busca la gente para que se le haga re-pensar la vida.

Es verdad que venir al mundo significa “venir al amor y a la palabra amor, a la tortura y a la palabra tortura, a lo bello y a la palabra bello y, por terminar con una palabra muy utilizada y mentirosa, a la verdad y a la palabra verdad” (Feinmann). Salgamos de este pantano diciendo que hemos venido al mundo de la poesía, pero no por ello hemos entrado en el mundo de la salvación.

Pero no solamente que venir al mundo significa venir al mundo del lenguaje. Venimos a muchos mundos, al de la religión, al de la moral, al de la política que significa sobre todo,  venir al mundo del poder.  Todo está hecho desde el esquema del poder. Al nacer indefensos, quien nos da los primeros alimentos tiene su poder. Quien nos cuida y nos protege, es porque tiene poder. Así vamos entendiendo que nuestra tranquilidad o nuestros berrinches por falta de lenguaje dependen del mundo de poderes que tiene sus escalones. Y desde cuando uno nace, nos entretienen con la telebasura, nos “engañan” con el televisor prendido. Qué palabra más perfecta la que usaban nuestros abuelos: “engañar al niño”:

¡Anda engañarás al huahua!  Estoy engañando al huahua para que deje de llorar. No puedes ni engañar a un huahua, nos han reclamado cuando no se calla. Y así, la tranquilidad se logra con el engaño; con la mentira en la cuna, con esa farsa piadosa que evita la molestia de quien se siente desajustado con el mundo.  La protesta se combate con engaños; la rebeldía de quienes no se dejan engañar se arregla con un par de cachetadas; es decir, con la violencia. Y del engaño que el mundo nos tiene engañados desde la cuna, nos toca vivir el engaño de las madres patrias, es decir, de los adueñados de la tierra que nos ha visto nacer. Así  hemos aprendido que el engaño es tan parecido al aduloque está  tan lleno de ternura y que es un comportamiento cultural al que acuden en auxilio los ángeles y los duendes que de a poco se convierten en diablos que imprimen el poder del miedo, ante lo cual es mejor la tranquilidad que la rebeldía y el capricho.

Si la poesía se expone, es porque el poeta propone. ¿Qué hace el lector? Dejemos que en su sensibilidad y en su razón obre el milagro de reinventarse el mundo. (O)

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