Al término de un año / Ing. Patricio Chambers M.

Columnistas, Opinión


Todo lo que existe tiene un principio y también un fin. Estamos por cerrar un año y con ello concluye un ciclo que durante sus doce meses nos trajo cosas buenas y otras no tanto, en cualquier caso, experiencias de vida que habremos de atesorar.

Cada vez que termina un año, de alguna manera tomamos conciencia de que existe un ritmo de vida en nosotros y en todo lo que nos rodea, lo cual nos recuerda aquello que enseñan antiguas tradiciones de la humanidad como el hecho de que el universo mismo es un ser vivo y nosotros somos parte de él.

Esta conciencia de vida, evita mecanizar nuestra existencia donde todos los años son iguales y nos que da lo mismo el día en el cual nos encontremos, que a la final se trata de 24 horas y nada más.

Pero en la práctica las cosas son de otra manera, pues no todos los años son lo mismo ni son los días iguales porque a pesar de tener similar duración, la intensidad con la que se vive cada momento, marca la diferencia y conforma el recuerdo en nuestra memoria.

Como lo señala la filósofa Delia Steinberg, es indispensable que establezcamos hitos, paradas en el camino que nos permitan detenernos un instante y recapacitar. Todo fin de etapa implica un recuento, un revisar de nuestros actos y nuestros logros, lamentarnos por aquellos fracasos y un enorgullecernos por cada triunfo.

Cada comienzo a su vez, es la posibilidad de proponernos nuevas promesas, de comprometernos a nuevos hechos y de tratar de mejorar en relación general al período anterior.

Al final de un año conviene darnos un momento para revisar qué es lo que logramos y en qué fracasamos, un repaso de meses o días que nos de claridad suficiente para comprometernos en adelante a trabajar con mayor ahínco en lo que supimos hacer bien, así como a no volver a caminar por los senderos del error.

Como cuando hacemos un informe cualquiera, examinemos qué ocurrió en nuestras vidas durante este 2018 que está por fenecer. Cuáles fueron nuestros mejores logros, cuáles las cosas que mantuvimos y también de qué nos despedimos, pues sólo así sabremos cómo llegamos al punto en el que nos encontramos hoy.

De cualquier forma, siempre hay algo simpático al término de un ciclo y es ese sabor a noche de descanso tras el día de trabajo, esa sensación del deber cumplido para volverse a encontrar después con un nuevo día, un nuevo año.

Recordar que sea como fuere, la diferencia la pone cada uno como protagonista de su propia realidad, procurando además que nuestra existencia no dependa sino de uno mismo, sin intermediarios que generalmente traban nuestra realización individual.

Recoger en estos días lo válido y desechar lo innecesario, pulir nuestras herramientas, ordenar los espacios, observar en silencio la naturaleza y alistarse a vivir días nuevos, que tendrán que ser no sólo nuevos sino mejores. (O)

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